En hogares de La Paz hay niños Jesús centenarios que desde sus pesebres ven pasar generaciones

En hogares de La Paz hay niños Jesús centenarios que desde sus pesebres ven pasar generaciones

Tres paceños mostraron orgullosos a Página Siete sus tesoros familiares. Son imágenes del Niño Dios que provocan admiración y emoción por las historias y tradiciones que se mueven a su alrededor. Algunos tienen cabellos humanos y llevan joyas incrustadas.

“En Bolivia y La Paz existen registros del Nacimiento del Niño Jesús desde el 1500, en pinturas de Melchor Pérez de Olguín, Gregorio Gamarra, Gaspar Miguel de Berrío, Leonardo Flores y otros que retrataron esta tradición. La Navidad llegó con los españoles, igual que la representación del Nacimiento”, afirma el historiador Carlos Gerl.

De esa manera confirma que los primeros paceños, sobre todo los que vivían en la ciudad, tenían la costumbre, desde finales del siglo XVI, de representar en sus hogares la Navidad con el Nacimiento del Niño Jesús. Se trataba de todo un rito, cuentan algunos, mostrando orgullos las imágenes de sus niños Dios que guardan en sus hogares, asegurando que tienen hasta 500 años. Son Niños centenarios mimados que vieron pasar generaciones.

Foto: Carlos Sánchez / página siete.

“Las imágenes están cargadas de historias y tradiciones. De la historia de cómo llegaron hasta los hogares, donde se mantienen hasta hoy, y de las tradiciones que generaron a su alrededor y que sus actuales cuidadores se esfuerzan por mantener. Unos con una fe contundente y otros con el deseo de mantener su tradición familiar que se transmiten generación en generación. El factor común es su interés de cuidar y preservar un patrimonio que consideran no es sólo de su familia, si no de La Paz y de Bolivia.

Página Siete conversó con tres ceños que tienen niños centenerios, a los que consideran “joyas familiares”, no sólo por su valor material, que está en su antigüedad, la forma en que fueron elaborados, los materiales e incluso joyas que llevan incrustadas; sino porque a su alrededor giran los recuerdos de los años de su niñez.

El Niño de la familia Torres, moldeado en 1400 en España, llegó hasta Tembladerani.

A dos días del 24 de diciembre, en la casona de la familia Torres, ubicada en la antigua calle Linares, el Nacimiento del Niño Jesús ya está armado. Está así desde el 8 de diciembre, como manda la tradición familiar que se transmite de generación en generación.

La imagen del Niño Jesús descansa sobre unas almohadillas rosadas que cubren su cuna de madera. Está custodiada por los arcángeles coloniales Gabriel y Miguel tallados en madera. Los impulsos por tocar la figura se frenan solos. Primero, porque se ve muy delicada y, segundo, por lo que su cuidador actual, Rafael Torres, afirma: La imagen fue moldeada antes del descubrimiento de América, hace más de 500 años, en España.

“Por la referencia de mis antepasados, este Niño Jesús fue elaborado antes de la reconquista de España por parte de los españoles, a inicios del 1400. Entonces, fue hecho antes del descubrimiento de América”, señala Rafael, descendiente de Andrés Salvatierra, el primer propietario del Niño Jesús que custodia.

“Por mi bisabuela Antonia, sabemos que el Niño perteneció a Andrés Salvatierra, prócer de la independencia cruceña, que lo recibió de un paraguayo”, precisa.

Según lo que le transmitieron sus antepasados, la figura de Cristo niño salió de España y por alguna razón llegó hasta Asunción, Paraguay, desde donde fue llevado a Santa Cruz, Bolivia, para Salvatierra.

A finales del 1700, la imagen fue traída a La Paz por el mismo Salvatierra, que la llevó a sus haciendas de Paco y Suriqui, en las orillas de lago Titicaca. Pero la travesía del Niño Jesús no terminó ahí porque sus propietarios lo trajeron nuevamente a La Paz y lo instalaron en una casona rústica que poseían en lo que entonces se conocía como las lagunas de Tembladerani, otra de sus propiedades.

“El Niño Jesús recaló en esta casa en 1926”, precisa al referirse a la casona #906 de la calle Linares, construida en la primera mitad del 1700.

Rafael Torres añade que, pese a los años, la imagen aún conserva algunas de las piezas originales. Primero su corona de oro de 22 quilates, el pequeño diente de marfil que destaca en su boca y su cabello humano.

“Mantiene también su cuna de madera que tiene espejos de mercurio. Gracias a esos espejos, se verificó que el Niño viene del 1400. Su forma tiene una peculiaridad irrepetible porque la técnica con la que fueron elaborados se perdió, igual que la que se usó para lograr la mirada del Niño Jesús. Esa técnica se perdió en el 1700, aproximadamente”, añade.

El paceño recuerda que, cuando era niño, su familia solía instalar un enorme pesebre alrededor de la imagen.

“El pesebre era seis veces más grande del que armamos actualmente. Se lo instalaba en el Salón verde de la casa y se tenía la costumbre de representar el mercado y algunas calles principales de La Paz”, cuenta.

Y la noche del 24 de diciembre toda la familia se reunía, aunque durante el año hubiesen tenido alguna diferencia. “Tenían que estar todos en el Salón verde. Se creía que al que no llegaba a la reunión le iba mal”, comenta Rafael.

Añade que cuando todos estaban juntos, a las 24:00, los niños de la casa recibían la imagen haciendo sonar unas campanas de mano y luego la sahumeaban. Esa costumbre la mantienen hasta hoy. “Le rezamos al Niño, le pedimos bienestar, salud, nada material”, dice.

Rafael Torres recibio el Niño Dios de su familia de su tía Ema y protege su significado no sólo familiar, sino de patrimonio de La Paz. Prepara a su hijo Rafael para que continúe su respeto y fascinación por las imágenes.

El Niño Dios de la familia Gerl, que vino de Europa, cambia de color según su ánimo

A inicios del 1900, Otto y Helen Gerl llegaban a Bolivia procedentes de Alemania con el sueño de iniciar una nueva vida. En medio de su equipaje traían la imagen de un Niño Jesús, que era como una herencia que Helen había recibido de su madre en Alemania, donde nació.

La imagen tenía unas características peculiares. Su cabello era de humano, sus pestañas también. Poseía dentadura lograda con piedras preciosas y su posición no era la usual. En vez de estar echado de espaldas, venía de costado. Además, el Niño Jesús había sido sellado con una pintura que lo hacía cambiar de color, de acuerdo a la luz que lo tocaba. Rosado en la claridad y verde o azul ante la media luz. Lo que sus poseedores llegaron a considerar como una señal de “sus cambios de su humor”.

“Mis papás le tenían mucho respeto a ese Niño, incluso temor; igual que mis abuelos que lo trajeron. Decían que era un Niño de un humor susceptible. Que se enojaba si no se lo mimaba, lo que representaba que les podía ir mal. Por eso había que ponerle velas y cada año renovarle sus juguetes y su ropa. Consideraban que era la única manera de tenerlo contento”, cuenta Carlos Gerl, el bisnieto de Helen.

Carlos indica que en su familia se considera que la imagen tiene al menos 200 años y que procede de algún país de Europa.

“Consideramos que pudo ser hecho en Italia o Alemania. De acuerdo a las versiones de mi madre y de mi abuela, el Niño viene de la familia de mi bisabuela Helen, de Europa, de la primera mitad del 1800”, añade.

Carlos es el actual cuidador del Niño Jesús. Su madre lo dejó a su cuidado el año pasado, antes de morir. Comenta que por tradición familiar la imagen siempre estuvo a cargo de sus antepasados mujeres. Lo que se cumplió con su bisabuela Helen, quien llegó con la imagen a Bolivia en el 1900.

Helen le entregó el Niño a su hija María, quien decidió no ir con la tradición. “Mi abuela María tuvo cinco, tres mujeres y dos varones, pero uno de los hombres murió, por eso decidió dejar la imagen a su único hijo vivo”, explica Carlos Gerl.

Ese hijo vivo fue el padre de Carlos, quien se casó con Bety, que tuvo tres hijos, todos varones, entre los que está Carlos, a quién encargó el Niño.

“Antes de morir, mi mamá me dejó la imagen. Me pidió que la sepa conservar. Estoy medio asustado, pero quiero cumplir”, dice. “Soy católico, pero a mi manera. Le construí un tren vintage retro que se lo pondré este 24 de diciembre, ya le puse algunos juguetes de mis hijos. Mañana (jueves) le encenderé una vela. Nunca le cambié la ropa, pero intentaré vestirlo. No es muy fácil para mí, pero tengo que hacerlo”, añade.

El Niño de la familia Echalar vivió en Potosí, donde hizo llover

A inicios de 1920, la abuela materna del paceño Agustín Echalar Ascarrunz encontró en Vichacla, un pueblo de Nor Chichas, Potosí, en la casa de su suegra, hija del cura Francisco de Echalar, la figura de un Niño Jesús hermosamente delicada.

La imagen se encontraba en una alacena del salón centenario de la casona, que había sido construida por el cura de Echalar al lado del templo donde brindaba sus oficios religiosos. El clérigo era descendiente de Pedro de Echalar, una autoridad colonial en Tarija.

Llegó a Vichacla procedente de Tarija a mediados del 1800, aproximadamente, para establecerse. Entre sus posesiones estaba la imagen de ese Niño Jesús, que en el poblado se había ganado la fama de milagroso porque durante una dura sequía hizo que lloviera, según relataban los pobladores.

El actual cuidador del Niño, Agustín Echalar, relata lo que en su familia se transmitió de generación en generación. Una sequía azota a Vichacla y a sus cultivos cuando llegó el 6 de enero de entonces y mientras se adoraba al Niño Jesús de los de Echalar, a una vecina, seguramente agobiada, se le ocurrió bajar de su altar a la imagen y sacarla del templo para que sintiera los rayos del ardiente sol.

La gente le hizo caso y sacó al Niño Jesús. Era mediodía y en la noche una generosa lluvia roció los campos de Vichacla.

“No tenemos una referencia mayor de dónde viene la imagen. Posiblemente de España porque es un trabajo muy fino Si fuera así, considerando la dificultad y esfuerzo que representaba entonces (1800) traer una imagen así a Bolivia, se convierte en una pequeña joya”, señala Agustín.

La imagen, que conserva en su casa, en una vitrina, rodeada de objetos antiguos, llegó a sus manos después de que su tía Alcira, hermana de su padre, falleció. “La familia se reunió y un tío, argumentando que a mí me gustaba lo tradicional y le daba valor a los objetos antiguos, sugirió que en la siguiente generación yo quedara a cargo del Niño. No soy creyente, pero soy respetuoso de la tradición. No me considero dueño del Niño, sino el cuidador de una figura que es parte de una tradición familiar que viene de seis generaciones”, dice.

Y cada 24 de diciembre, a las 24:00, Agustín y su familia celebran un pequeño rito en torno al Niño, poniéndolo en un altar que rodean con objetos de plata y un par de velas encendidas. Así recuerdan también las Navidades pasadas junto a sus padres y otros familiares que ya no están.

“Seré el cuidador del Niño hasta que la vida lo permita. Luego se decidirá quién de la siguiente generación tendrá las ganas y el gusto de tener la figura los siguientes años”, expresa.

Fotos: Carlos Sánchez / página siete.

 

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